Hace muchos años, una gran líder que tuve en mi vida profesional me dijo lo que he puesto como título de este post: No hay palabras inocentes. Me parece una lección clave para cualquier persona en cualquier rol y ámbito de la vida.
Con nuestras palabras construimos y podemos destruir igualmente si no somos conscientes de su poder. No podemos y no debemos ir por nuestra jornada simplemente expresando lo primero que se nos venga a la mente sin meditar sobre la audiencia que tenemos y el efecto del mensaje. Cada palabra y cada mensaje tiene un efecto de onda no solo en el tiempo sino también en el alcance hacia las personas.
¿Queremos llamar a la reflexión? ¿Queremos movilizar a alguien a la acción? Siempre debemos meditar el objetivo que tenemos sobre un mensaje. Y con base a ello elegir el momento, el canal, el tono y el contenido del mismo. Habrá momentos en los que este ejercicio deliberado no se permita por una situación crítica. Pero de todas formas, en esos momentos también debemos ejercer nuestra capacidad de autogobierno. Debemos asegurar que nuestras palabras y mensajes sirvan a un objetivo; a resolver lo que es prioritario.
Debemos y podemos observar siempre que nuestras palabras generen un cambio en los demás. Y al elegir la forma de nuestro mensaje podemos sembrar efectos positivos por el aprendizaje que compartamos. Ya estará en el receptor el adueñarse de ese aprendizaje para usarlo en favor de su crecimiento y contribución al equipo o a la organización.
Cadena de publicación 199/272
Imagen de Willi Heidelbach en Pixabay
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