Las exigencias de personas o de eventos naturalmente las vemos como situaciones que nos friccionan, nos incomodan. Nos gusta estar en nuestro estado más confortable, en lo que podemos controlar y conocemos. Sin embargo, las exigencias expresadas en mensajes duros, en retos, esconden un gran beneficio. Nos ayudan a entender que tanto queremos las cosas.
Si a una exigencia nos crecemos y demostramos que podemos superarla; habremos crecido en más de un sentido. No solamente el logro alimentará nuestra confianza. También estaremos dispuestos a ir por metas mayores, más arriesgadas. Estaremos dispuestos a incomodarnos más porque esa hambre de descubrir un nuevo límite en nuestra capacidad nos impulsará.
Por eso las exigencias hay que abrazarlas. Hay que agradecerlas y buscarlas de manera intencional. Solo cuando alguien nos pone contra la pared para revelar nuestra verdadera identidad y motivación somos capaces de grandes hazañas. Como mencioné en una metáfora sobre el diamante, las presiones que sería otra forma de traducir las exigencias nos pulen y nos fortalecen.
Entre más nos abrimos a aceptar exigencias mantenemos nuestra mente estimulada. Alimentamos nuestro sentido se responsabilidad y nuestro deseo por honrar todas nuestras capacidades. Es en ese momento cuando las exigencias se vuelven un regalo invaluable para nuestra vida.
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Foto de Martin Péchy en Unsplash
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