Hace muchos años escuché que a los hijos hay que educarlos con un poco de hambre y un poco de frio.
De esta manera se desarrolla el carácter sobre todo en la resiliencia ante los retos.
Estas palabras se quedaron conmigo y reflexionaba de que hay formas de hambre que nunca hay que dar por satisfechas:
Siempre hay que tener hambre de conocimiento, para estimular a nuestra mente y mantenerla en óptimas condiciones.
Siempre hay que tener hambre de crecimiento personal y profesional apuntando a nuevos retos de forma constante.
Siempre hay que tener hambre de aprecio por la belleza, para que no vayamos por el mundo en piloto automático, sin ser conscientes de todo nuestro entorno.
Siempre hay que tener hambre de expandir nuestros límites.
Siempre hay que tener hambre de vivir experiencias inolvidables, sea por las personas que nos acompañan o por siempre buscar cosas nuevas que nos inspiren.
Siempre hay que tener hambre de conexión con los que amamos y con nosotros mismos, para conocernos más y guiarnos mejor en este viaje llamado vida.
Cadena de publicación 587 / 718
Comments