Todos partimos hacia nuestra jornada de trabajo con una agenda de tareas.
Nos sentimos realizados cada vez que vamos tachando objetivos de nuestra lista.
Nuestra productividad se siente reforzada por nuestro sentido de logro al completar el máximo número de actividades programadas.
Sin duda, el llevar acabo de esta tarea habla mucho de nuestra capacidad de seguir un proceso; de concentrarnos en una actividad de forma consistente.
Aquí nuestra disciplina se ve fortalecida por medio del hábito.
Pero además de ver nuestros logros tangibles, también debemos ver por el progreso de nuestra identidad.
Es ahí donde vale la pena declarar una intención para trabajar un rasgo de nuestra personalidad; para que nuestro carácter sea más templado.
Podríamos declarar que este día seremos más pacientes ante las situaciones problemáticas.
O podríamos declarar que seremos más tolerantes ante las diferencias de personalidad con otros compañeros.
O podríamos declarar y comprometernos a escuchar con plena consciencia en una junta para aportar más valor.
Cualquiera de las opciones que elijamos, el punto fundamental de este ejercicio es trabajar en mejorar no solamente nuestros resultados hacia afuera. Debemos entregar valor a nuestros clientes, a nuestros líderes.
De esa forma nos volvemos indispensables para la organización al tiempo que proyectamos nuestro crecimiento gracias a nuestra capacidad de impacto.
Pero, si queremos hacer más para lograr más en consecuencia; debemos antes ser más. Es ahí donde trabajar en nuestra intención personal paga sus mejores dividendos. Así que, elijamos cada día un rasgo de personalidad y observemos nuestro criterio aplicado en cada interacción.
Entre mayor sea nuestro foco en una identidad más sólida en cuánto a confianza, empuje y coherencia, mejores serán nuestras acciones en velocidad, foco e influencia positiva.
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Imagen de Leandro De Carvalho en Pixabay
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