Hace algunos meses me visitó un gran amigo y mentor al que tengo el gusto de conocer desde el año 2015. Compartimos el gusto por el liderazgo y la gestión. Al final de su viaje me hizo un obsequio y sembró en mi una idea de como debemos ver nuestro propio liderazgo y los compromisos que asumimos para desarrollarlo. Me compartió una figura con forma de diamante y me comentó que para él esta es la representación de un liderazgo más perdurable. Cada uno de nosotros como el diamante somos sometidos a diferentes presiones, temperaturas e incluso fracturas para que lleguemos a nuestra forma ideal, a la representación de la mejor versión de nuestras capacidades.
Para que lleguemos a tener diamantes, muchas piezas de piedra en las vetas no ven la luz fuera las minas pues no resisten las primeras pruebas de fuerza. Las piezas que continúan su camino todavía deberán ser cortadas, pulidas y examinadas para asegurar su fuerza, su brillo y su valor. Pensemos por un momento en como el trabajo y los retos personales de más diversa índole se asemejan a las pruebas de presión sobre el mineral. Podemos elegir rompernos bajo dichas fuerzas o a pesar del dolor comprometernos a que su intensidad moldee nuestra resistencia física y anímica. Cada prueba y decisión de la cuál aprendemos incrementa nuestro brillo interior ya que tenemos una perspectiva más clara de como resolver mejor futuras situaciones. Como los diamantes podemos aprovechar cada prueba como una oportunidad para hacernos más fuertes en nuestras propiedades y más valiosos por el alcance de la luz que podremos reflejar.
¿Vale la pena el costo de la incomodidad; del dolor físico o anímico que a veces tengamos que soportar en cada una de estas pruebas? La respuesta la tenemos cada uno de nosotros teniendo claro que tan lejos queremos que llegue nuestro brillo y cuánto queremos que perdure en los demás.
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