Una realidad laboral y académica es que rara vez elegiremos a nuestros compañeros de trabajo.
Ya sea que veamos la llegada de nuevos estudiantes a la escuela o que nosotros mismos cambiemos de área o de empresa, siempre nos enfrentaremos a la incertidumbre de nuevas relaciones.
Escucho cada semestre la preocupación de algunos alumnos de no seguir al siguiente período con sus amigos y compañeros conocidos, con quienes ya construyeron cierto grado de confianza.
Entiendo su inquietud. Es la misma sensación que todos vivimos al enfrentarnos a construir nuevos vínculos. Sin embargo, siempre les tengo la misma observación que pueden poner en práctica:
En primer lugar, podemos ver a un nuevo grupo de compañeros como una oportunidad de enriquecer nuestra red personal. Podemos ver en cada compañero una potencial historia que nos sirva para crecer o un complemento a nuestras fortalezas. También podemos ver en ellos a personas a las que podamos servir con nuestro conocimiento y capacidades. De esa forma, tenemos un potencial círculo de influencia positiva al que podemos inspirar.
El ver las cosas de este modo y el ponernos en esta actitud está en nuestro control. Es probable que no haya un empate o química perfecta con todos los nuevos conocidos. Aún así, vale la pena intentarlo porque el ser humano está siempre ávido de generar conexiones.
Y si vamos a un paso más extremo, siempre me gusta pensar sobre que pasaría si mis nuevos compañeros fueran las únicas personas disponibles en la empresa o en la ciudad para trabajar. ¿Qué pasaría en un entorno extremo o de circunstancias desastrosas en las que solamente encuentro para hacer sinergia a alguien que no me agrada? Estará en la otra persona su respuesta y su derecho de no construir con nosotros; sin duda. Pero para lo que podemos decidir conscientemente, siempre debemos ser los que propongamos puentes y formas de entendernos mejor. Eso es el papel de los líderes. Eso es el papel de los agentes de cambio más potentes.
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