Esta semana conocí a un padre de familia muy singular.
Me encantó su compromiso con la excelencia de su hijo.
Me comentó que para él, no es suficiente que su hijo tenga 8 o 9 de calificación.
Le pide de manera reiterada que de más, que se comprometa más.
Le dice incluso que le de esa satisfacción como papá, sino es una motivación prioritaria como estudiante.
Me gustó y me quedó muy guardada toda la conversación.
El papá me decía que la exigencia por ser más competitivos es al final un hábito que le abrirá puertas en universidades y eventualmente en la vida profesional.
Es una charla que como papás deberíamos tener de manera frecuente.
Pedir a nuestros hijos que expandan sus límites, que se reten, puede sonar exagerado.
Algunos papás pueden ser etiquetados como paranoicos, poco empáticos.
Algunos papás podrían no ser recordados de la mejor manera por esa exigencia.
Pero es valioso recordar que la exigencia es la materia prima de la disciplina.
La exigencia demanda nuestro mejor desempeño para construir un mejor yo en el futuro.
La exigencia nos demanda que vayamos más allá de nuestra comodidad.
La exigencia nos invita a recordar que podemos más que nuestra voz interior que busca comodidad.
La exigencia que pongamos en nosotros mismos, en nuestros hijos o en nuestros equipos será un regalo fundamental para el carácter y el crecimiento a futuro de cada uno de nosotros.
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Imagen de Valentin Tikhonov en Pixabay
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