Podemos acercar lo que queremos si jugamos con el contexto.
De la misma manera, podemos contribuir a alejar lo que no nos construye al configurar el entorno a nuestro favor.
Esta es una de las lecciones más potentes que aprendí de James Clear en su extraordinario libro Hábitos atómicos. El poner barreras que dificulten una acción estimula a nuestro cerebro a buscar cosas más fáciles, más agradables. Por eso, si queremos evitar algo, un recurso primario es simplemente no ponerlo a la vista. Si a esto agregamos distancia o tal vez un resguardo bajo llave, eso aumenta la fricción que nos hará renunciar más rápidamente a ese hábito.
La fricción juega con generarnos dolor en el sentido mental, emocional o físico. No hablo de algo intencional o grave. Simplemente el forzarnos a hacer más pasos de los necesarios nos hace reorientar nuestra atención.
De la misma manera, si queremos favorecer una conducta, podemos estimularla poniendo todo el contexto de la forma más favorable a nuestro objetivo. Si queremos trabajar de manera enfocada, el tener audífonos con nuestra música favorita puede ponernos en estado de flujo. Además, es un signo casi universal para que la gente al vernos se detenga al pensar que estamos en una videoconferencia, o que simplemente estamos enfocados por lo que evitarán de manera inmediata alterar nuestra agenda.
Siguiendo con esta idea de trabajar enfocados, podemos quitar fricción a nuestro proceso de concentrarnos al tener menos estímulos en nuestro escritorio. Entre más despejado esté nuestro lugar de trabajo y nuestro entorno, más estará nuestra mente pensando en como mantenerse centrada. Por eso un lugar con decoración minimalista es un campo fértil para inspirarse.
Y tú, ¿Cómo usarás la fricción para ayudarte a eliminar o estimular tus hábitos?
Cadena de publicación 301 / 405
Imagen de Daniel Nebreda en Pixabay
Comments