Hay un título de libro que me provocó la reflexión con la que nombro esta entrada: El éxito no es casualidad, de Tommy Newberry.
Estoy de acuerdo con su planteamiento ya que el éxito es una serie de muchas decisiones acumuladas en el tiempo reflejando compromiso, coherencia y consistencia.
El éxito que vemos florecer en un momento o en un entorno determinado es resultado de la siembra disciplinada y la paciencia para que gradualmente se construyan los cimientos de un desempeño replicable, y sobre todo, sostenible.
El éxito requiere sistemas que se refuercen entre si para que cada día hagamos lo que se necesite, sin importar si las circunstancias son o no las adecuadas.
Cuando elegimos las acciones que construyen esos sistemas, estamos aclarando el camino que nos llevará hacia la definición de éxito que hayamos imaginado.
Este último punto es vital. No podemos vivir el éxito a través de los demás. Si para algunos el éxito es cuantitativo como puede ser con indicadores financieros, para otra persona puede ser igualmente válido el éxito expresado en la calidad de sus relaciones, en la disponibilidad de su tiempo.
Debemos fijar nuestro propio estándar de éxito para saber cuando llegamos a él. De esa forma podremos dimensionar de manera correcta nuestro progreso en el camino elegido.
Una vez que alcancemos nuestra definición de éxito, debemos decidir una nueva meta por alcanzar. Esto es un factor común a todas las definiciones de éxito. Siempre que se alcanza una cima hay que voltear al horizonte y fijar un nuevo destino, ya que el éxito sin duda se asocia a una evolución constante.
Como podemos ver, el éxito es un ejercicio deliberado de nuestras visión, nuestro entendimiento de la realidad, nuestras decisiones y nuestra voluntad para llevarlas a cabo. Por eso el éxito nunca es, ni será fruto de la casualidad.
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Imagen de Daniel Reche en Pixabay
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