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Miguel Angel Cardona

Efecto de onda y análisis de costos - consecuencias

La semana pasada tuve oportunidad de platicar sobre los efectos de nuestras decisiones a nivel personal y profesional. La invitación al tema me hizo reflexionar sobre dos conceptos que están ligados de forma inevitable a las decisiones: El alcance de estas en el corto, mediano y largo plazo así como las consecuencias que tendrán.

 

El primero de estos conceptos lo expliqué desde la imagen del efecto de onda. Al tirar una piedra al agua sabemos que su impacto generará ondas que llegarán a veces a distancias que no habíamos previsto. Lo mismo pasa con nuestras decisiones. Una decisión que consideremos estrictamente personal afectará a nuestros padres o familiares. Una decisión que podríamos considerar meramente estudiantil sobre nuestro desempeño en una materia podría tener un efecto de onda en tener o no una recomendación de nuestro profesor para la universidad. ¿Cómo podemos saber los efectos de onda en nuestras decisiones?

 

De entrada, podemos preguntarnos quienes están participando en la realidad que hoy estoy viviendo. Si estoy de intercambio internacional, es un hecho que las decisiones sobre mi desempeño afectarán a mi familia que me apoya para estar fuera de casa y a mi escuela por igual. Y si voy un poco más allá, mis decisiones pueden afectar a otros estudiantes de mi país ya que representando a mi nación, todo lo que haga o deje de hacer hablará indirectamente sobre mi cultura. Yo podría sin quererlo ser la llave que abra a otras instituciones posibles alianzas internacionales por mi comportamiento ejemplar y calificaciones. O podría ser quien cierre la puerta a futuros estudiantes porque las escuelas de otro país califiquen a estudiantes de mi país con base a mi comportamiento. ¿Sería injusto hacer esa generalización en un evento negativo? Sin duda que lo sería, pero es naturaleza humana hacer ese tipo de conclusiones.

 

De la misma manera, si quiero tomar buenas decisiones puedo analizar el costo o consecuencias de lo que haré para saber si estas son correspondientes con mis valores y con mi carácter para asumirlas. Por ejemplo, en lo profesional, podrían ofrecerme hacer un trato con un proveedor fuera de los estándares y filosofía de la empresa. El proveedor podría ofrecerme un bono individual y tal vez exhibir como razón que de no apoyarlos tendrán que cerrar la empresa. Sin duda son razones que te pueden llamar a pensar en inclinarte por dicha decisión. Habría muchos argumentos para explicarla. Pero, ¿Qué pasará si esa decisión que a corto plazo te beneficia con un bono y una relación positiva con el proveedor te cuesta tu trabajo? ¿Tomarías esa decisión sabiendo que tu nombre quedaría marcado para que tal vez no puedas trabajar de nuevo en esa industria? ¿Tomarías esa decisión sabiendo que no tienes un plan B y fondos para enfrentar una transición laboral sin afectar el sustento económico de tu familia? Este tipo de preguntas que no tienen una respuesta simple de si o no, son el tipo de interrogantes que nos permiten tomar decisiones más conscientes.

 

Recuerdo una regla que he leído en dos o tres autores definida como 10-10-10. En una de las interpretaciones de la regla, nos invitan a pensar cómo nos sentiremos con la decisión en los siguientes 10 minutos a tomarla. De ahí, debemos evaluar como nos sentiremos en 10 días y de ahí en 10 meses, casi un año de distancia. Si en todos los casos mi diálogo interno me dice que me sentiría orgulloso, tranquilo y seguro de la decisión seguramente el mejor camino es asumirla. Habrá decisiones de las que a corto plazo, en 10 minutos o en 10 días me sienta bien y cómodo con una decisión. Pero a lo mejor en 10 meses o 10 años no estaré orgulloso con sus efectos. Esto podría aplicar a decisiones difíciles de revertir como una dieta no sana e incontrolable que un año después me traiga un padecimiento crónico. A corto plazo se sentían bien los placeres de la comida pero el costo más perdurable es totalmente indeseable.

 

Otra interpretación de esta regla se puede ver en como valoramos un problema. Podemos empezar desde el horizonte más largo. Si me estoy desgastando por una situación de conflicto con mi equipo o mi familia puedo preguntarme si esto seguirá siendo relevante en 10 meses, en 10 días o en las siguientes 10 horas. Si mi respuesta es que es un tema de largo plazo o de vida o muerte, debo seguir discutiendo sobre el mismo hasta resolverlo. Si mi respuesta es negativa, puedo entender que el costo de la discusión va contra mi energía, mi salud y mis relaciones y tal vez eso me lleve a pensar de forma más práctica. Así puedo, buscar mejores soluciones con más velocidad en beneficio de los participantes.

 

De esta manera, pensando en los efectos de onda y en la disposición a asumir costos, podemos decidir mejor. De esta manera podemos vivir tranquilos con nuestras decisiones y proyectar esa seguridad en nuestro liderazgo personal y profesional.

 

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Imagen de Gerd Altmann en Pixabay



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